El idioma gallego contempla más de 70
vocablos para su nieve particular: la lluvia.
Elvira Fidalgo, profesora de Filología
Románica en la Universidad de Santiago, hizo su tesis sobre la formación de las
palabras gallegas para lluvia. “Los términos de Galicia”, explica, “como en la
mayor parte de las lenguas romances, parten del pluvia latino, que era el elemento específico que caía cuando
llovía”. Está acción, la del “agua de lluvia que cae”, era inver, de donde deriva el nombre de la estación más fría del año.
Los hablantes de las lenguas románicas fueron poco a poco inventando nuevos
nombres para el mismo concepto y variaciones del mismo, “entrando en cuestión
cosas como el aspecto del día, el ruido que hace el agua al caer o las
metáforas”.
Un ejemplo de esta variación metafórica en
gallego sería el froallo, que según
la Real Academia Galega es “una lluvia muy pequeña”. El término nace del latín floccum, que significaba una brizna de
lana. Cuando antes se esquilaba a las ovejas y se aireaba la lana, esta soltaba
un polvillo que se mecía blanco entre la brisa. “Esa imagen del polvo moviéndose”,
dice Fidalgo, “ se trasladó a una lluvia que se pone a caer cuando hay rayos de
sol y parece medio blanca”.
El origen onomatopéyico se ve en el lexema
bab-, origen en palabras como babuña (“lluvia débil”) y que “refleja el sonido
que hacen los bebes cuando todavía no hablan y por la baba en sí”, que se
traslada a “una lluvia muy finita, pegajosa pero no desagradable”. Otros
ejemplos serían patiñeira o lapiñeira, en las que pat- y lap- imitan el sonido
al caminar entre charcos. (Ver: Carlos Carabaña| yorokobu.es | 17-02-2012)