Ramón Tejeda Read
Si Pedro Mir (1913 – 2000) hubiese escrito
solamente Hay un país en el mundo (1949), eso hubiese sido suficiente para que
se le reconociera como uno de los poetas más importantes de nuestro país y como
uno de los productos sociales y artísticos más acabados del pueblo dominicano.
No sería el primer caso. En la historia de la poesía ha habido muchos poetas a
los que se les recuerda por un solo poema, desde Jorge Manrique, que vivió de
1440 a 1479, y a quien nadie recordara si no hubiese escrito las Coplas a la muerte de su padre , hasta hoy.
Pero he aquí que, además de Hay un país en
el mundo, Pedro Mir escribió Contracanto
a Walt Whitman y seis momentos de esperanza (1952), Si alguien quiere saber cuál es mi patria, Dominí, La vida manda que
pueble estos caminos, Poemas de buen amor (1969), Amén de mariposas (1969), Viaje a la muchedumbre (1971) que incluye
poemas como Concierto de esperanza para la mano izquierda, Elegía del 14 de
junio, Balada del exiliado, Al portaviones intrépido, Ni un paso atrás y
Meditaciones a orillas de la tarde; en 1975 escribe El huracán Neruda y en 1999, Ediciones de La Discreta, de Madrid,
España, publica A Julia sin lágrimas,
poema prácticamente desconocido hasta entonces.
Pero resulta que la dimensión del poeta es
sólo una (la más conocida) de la vida de Pedro Mir Valentín, quien nació el 3
de junio de 1913, en San Pedro de Macorís, y murió el 11 de julio del 2000.
Además del formidable poeta que fue, Pedro Mir fue narrador que asumió con
audacia la narrativa en textos como La
gran hazaña de Límber y después otoño, Cuando
amaban las tierras comuneras y ¡Buen Viaje, Pancho Valentín! (memorias
de un marinero).
Es decir, Pedro Mir, además de poeta de
excepción, fue narrador y cronista y queda pendiente un estudio que nos acerque
más a ese narrador y a ese cronista desconocido.